La aparición de las nuevas tecnologías fusionadas a la conexión incesante, consiguen que en muchos casos la persona no logre desconectarse del trabajo. Sucede de forma frecuente, cotidianamente; pero tal vez no es tan evidente como en instantes de descanso, como cuando llegan las Navidades. Pero no son las nuevas tecnologías las que nos provocan estrés, es como la manejamos en nuestro trabajo.
Pues ya no se trata de que conseguimos recibir correos en el teléfono, mensajes por WhatsApp o acceder a aplicaciones online para tener la información a punto. Se trata de que somos incapaces de poner límites y somos como los locales que jamás cierran. Estar conectado no quiere decir que nos transformaremos en un 24×7 durante todo el año.
Debemos saber cuándo ha llegado el instante de dejar el teléfono a un lado, olvidar todas las notificaciones y desconectar para descansar. Generalmente, no tenemos la posibilidad de encomendar a otras determinadas decisiones, pero si el poderío de saber si algo es inaplazable o no. Por lo general, la mayoría de las cosas que hacemos no lo son, consecuentemente para qué sirve estar adherido al teléfono.
Estrés asociado a las nuevas tecnologías
En este caso se sufre más en el puesto de trabajo, cuando el trabajador va por delante de su herramienta. Somos más rápidos haciendo una tarea de lo que nos permite la herramienta para ejecutarla. Y esto es algo que, por redundante, puede ser desesperante.
En el puesto de trabajo igualmente podemos tener cierto estrés a medida que tenemos más tareas de las que tenemos capacidad de atender en un momento determinado. Hay un exceso de datos, donde la atención no se logra fijar en una tarea concreta. A esto se le añaden notificaciones, correos o llamadas que entorpecen constantemente la concentración y acrecienta nuestra fatiga.
Pero asimismo podemos cambiar como trabajamos. Utilizar varios escritorios para que nada nos distraiga de la tarea que asumimos. Parcialmente nosotros también somos responsables de cómo vamos brincando de tarea en tarea, lo que al final hace que seamos más lentos, lleguemos al final del día con menos trabajo y la impresión de no haber dejado de remar y no avanzar.
Cada uno sabe cómo trabaja. Inclusive identificamos algunos puntos negativos, pero en numerosos casos somos incapaces de cambiar si no nos benefician. O hasta que llegado el instante nuestro cuerpo dice basta. Y lanzamos la culpa a la tecnología, pero lo cierto es que la culpa es nuestra.
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